La nueva especie de coronavirus descubierta en la región china de Wuhan, el SARS-CoV-2, está pasando de ser una noticia de alcance mundial a un verdadero fenómeno que afecta política y económicamente a la mayoría de naciones del mundo.
La enfermedad que produce, la neumonía por coronavirus o COVID-19, es vista como una amenaza seria qie se ceba especialmente con las personas mayores y la gente con una salud delicada en general, y cada vez se extiende más rápidamente, siguiendo una progresión exponencial.
Sin embargo, entre las consecuencias físicas que este virus genera en el cuerpo humano y las consecuencias económicas y políticas hay otro nivel de análisis que también hay que tener en cuenta: los efectos psicológicos del coronavirus, tanto al nivel del comportamiento del individuo como a nivel del comportamiento colectivo y
Los efectos psicológicos del coronavirus y su enfermedad COVID-19
En primer lugar, hay que asumir que tanto el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 (hace muchos años que se sabe de la existencia de los coronavirus, pero no de esta especie en concreto) como la enfermedad que produce aún plantean muchas preguntas sin respuestas para la comunidad científica, que está trabajando a contrarreloj para acumular todo el conocimiento posible sobre sus características.
Por otro lado, hace muy poco tiempo que la población general sabe de la existencia de este virus, y el número de personas que han sido infectadas aún es insuficiente como para haber realizado investigaciones centradas en cómo influye todo esto en nuestro comportamiento.
Es por esta clase de limitaciones que lo que veremos aquí es básicamente un esbozo de las consecuencias psicológicas del coronavirus que, desde mi perspectiva como psicólogo, creo que son esperables. Dicho esto, veamos cuáles son.
1. El factor más importante: la hipocondría
La hipocondría es la consecuencia psicológica más clara de fenómenos como la propagación de este coronavirus. Esta propensión a asumir que las probabilidades de que estemos contagiados o que nos esté afectando una enfermedad son muy altas está más o menos presente de forma latente en la mayoría de las personas, pero en algunos casos llega a ser algo patológico, que aparece en los manuales diagnósticos de psiquiatría y psicología clínica.
Es cierto que esta nueva versión de coronavirus que ha pasado a transmitirse entre humanos es bastante más contagioso que la gripe estacional, pero también lo es que la exposición a constantes mensajes alarmistas puede hacer que muchas personas lo pasen francamente mal de manera innecesaria.
2. La información del poder: la importancia de los rumores
Ante las situaciones que generan incertidumbre, la información se vuelve más valiosa que nunca. Y está claro que la propagación de la enfermedad del coronavirus encaja con esa clase de situaciones ambiguas en la que se especula mucho sobre lo que pasará: no ha ocurrido nunca algo como esto (porque esta especie de virus nunca había saltado de los animales a los humanos), y a la vez los medios bombardean constantemente con noticias relacionadas con esto, muchas veces exagerando acerca de su peligrosidad teniendo en cuenta lo poco que se sabe acerca de los riesgos para la salud que supone.
Es por ello que, lamentablemente, estos casos de contagio masivo son capaces de perjudicar a muchas personas a causa de la importancia que se les da a los rumores. Los rumores son a fin de cuentas piezas de informacion cuyo valor reside en la rapidez con la que pasan de una persona a otra a costa de no haber sido validadas, contrastadas con el rigor que merecen.
Y eso explica que suelan solaparse con los estereotipos, haciendo que las minorías marginadas y las personas más excluidas y residentes en comunidades pequeñas tengan mayores probabilidades de ser estigmatizadas, estén realmente infectadas o no (y a pesar de que en muchas ocasiones la discriminación que sufren puede actuar como una barrera contra los contagios, paradógicamente).
3. La preferencia por la pequeña comunidad
Los seres humanos somos animales sociales «por naturaleza», como suele decirse. Sin embargo, que seamos sociales no implica que las sociedades en las que queremos formar parte sean muy extensas. De hecho, los cambios que se dan en el contexto son capaces de hacernos virar rápidamente en este sentido, pasando de participar en amplios sectores de la sociedad a querer participar casi en exclusiva en micro-sociedades, como por ejemplo la familia.
Normalmente, cuando surge el miedo a pandemias, las personas tienden a querer evitar relaciones sociales poco significativas, centrándose en la interacción con aquellas personas más relevantes y con las que se suele convivir más (es decir, con las que se tiene más probabilidades de exponerse a las mismas personas, minimizando el riesgo de contagio).
4. Énfasis en el pensamiento a largo plazo
Otra de las consecuencias psicológicas del coronavirus tiene que ver también con el miedo a los cambios radicales en el estilo de vida.
La expectativa de que los gobiernos implanten medidas políticas que alteren radicalmente el modo en el que vivimos llevan a hacer acopio de bienes, por ejemplo algo que se nota ya en las estanterías de los supermercados de varios países. Y a veces el miedo no es tanto a las medidas que adopten los políticos, sino a una situación de descontrol en la que ni siquiera estén garantizados bienes básicos.
A fin de cuentas, la investigación muestra que los seres humanos tenemos tendencia a centrarnos en las opciones pesimistas de futuro (dentro de varias posibles opciones que nos parecen razonables). Aunque esto implique perder la oportunidad de ganar, nos preocupa más el riesgo de perder.